29.12.08

lo sé, ya está

Yo estaba esperándola para ir a tomar una cerveza como todos los viernes a la tarde, sentada en las escaleras del edificio de enfrente, encontrándole una marca nueva, un detalle más, algo que mirar al pintoresco frente de la casona antigua que aloja lamentos y bondades de los que entran a diario a esos consultorios.
La misma rutina de todos los viernes: salimos de la oficina, pasamos por el psiquiatra. Ella entra una hora. Yo me quedo afuera, una hora también. Y ahí estaba cuando la vi salir. Como todos los viernes la vi salir. Me miró. Como todos los viernes me miró. Yo no me levanté, esta vez me quedé mirándola y no me levanté. No fue como todos los viernes.
Tantos años recorriendo el mismo circuito hasta que ese viernes pasó. Tantos años escuchándola narrar sus acrobacias psicológicas en esa sala de ensayo que era el consultorio. Tantos años creyendo que un día saldría y me miraría para decirme “lo sé, ya está”.
Imagino que fue duro, la última palabra seguramente ocasionó una fisura en su existencia. Imagino que caminará hasta donde la confusión se lo permita, se sentará, encenderá un cigarrillo con las piernas colgando de un banco, pisando el cielo. Y con la primera bocanada de nicotina decidirá dejar de fumar. ¡Es que ha creído durante tanto tiempo una mentira que ella misma se hizo!. Creyó su propio invento. Narró su propia ficción.
Ella sigue en la vereda de enfrente, sujetando con su mano derecha la cartera y con la izquierda preparando un golpe de boxeador. Yo la miro desde la otra vereda, sentada en las escaleras del edificio. No voy a pararme esta vez, no porque no quiera, sino porque ella dejó adentro la necesidad de llevarme consigo a todos lados. “Lo sé, ya está”, puedo imaginarme que dice. “Llamame cuando quieras, soy una extensión tuya”, pienso. Da media vuelta y empieza a caminar.